Sabemos ahora que el negocio de los vinos y las bebidas
estaba en su apogeo durante los últimos años decimonónicos y los primeros del
siglo XX, tal cual lo hemos reseñado en tres entradas anteriores sobre el
particular. La causa medular de ese fenómeno era la creciente masa de
inmigrantes europeos que arribaba al país con una profunda cultura de consumo
adquirida en sus respectivos países. Si
en la Argentina se producían tantos vinos, cervezas, aperitivos, licores y espirituosas
de toda índole (casi siempre a imagen y semejanza de sus pares del Viejo
Mundo) era por el éxito asegurado que
tales artículos alcanzaban entre españoles, italianos, franceses, alemanes,
portugueses, ingleses y un largo etcétera de nacionalidades. Tanto de manera
legal y genuina como de un modo irregular y falsario, los protagonistas del
sector se empeñaban en ofrecer la mayor variedad posible de bebestibles en
todos los segmentos, desde burdos y baratos vinos estirados hasta exquisitos
licores de impecable elaboración y elevado precio.
Pero también, analizando los testimonios históricos del
período, se percibe el amplio margen de manipulación con que contaban las casas elaboradoras de
aquel tiempo, asegurado por la ausencia de normas específicas y por la falta de
controles públicos. Hasta los industriales más prestigiosos tenían la
posibilidad de efectuar maniobras que años después serían abiertamente
ilegales, pero que en ese entonces no estaban mal vistas ni se encontraban al
margen de la ley. Recordemos lo que decía Dimas Helguera en la primera entrada
de esta serie acerca de la práctica de ensamblar vinos europeos con otros
nacionales y venderlos bajo la etiqueta exclusiva de los primeros. Otra
referencia muy clara del mismo tenor aparece en los comentarios del Censo Industrial y Comercial de Buenos Aires
de 1887 sobre las firmas registradas como “Depósitos de Vinos y Licores”,
en donde se asegura que “la principal y
más importante operación de ellas consiste en comprar vinos extranjeros o
nacionales en cascos, embotellarlos y repartirlos a domicilio entre sus
respectivos clientes”. Obviamente, las restricciones eran casi nulas a la hora del fraccionamiento y todo indica que las bebidas manejadas a granel no eran comercializadas en estado puro, sino
mayoritariamente utilizadas como “bases” o “madres” de productos genéricos, en
cuya composición se mezclaban orígenes, tipos y calidades diferentes.
Para graficar lo antedicho existe un elocuente vestigio periodístico. Se trata de cierto informe
aparecido en Caras y Caretas durante
el año 1907, que tiene como núcleo temático a la prestigiosa casa A. Haure y Cía, sucesores de la Viuda de
Romat e Hijo. La empresa, señalada como “la más antigua del país”, contaba
con amplias oficinas y depósitos en Suipacha 973 al 983, de la Ciudad de Buenos
Aires. Luego de una introducción general, la crónica se dirige hacia los puntos
concretos de nuestro interés mencionando una “sección única en América del Sud, donde se concentran cognacs y rhums
en múltiples cubas y fudres de 5000 litros cada uno”. Más adelante, los
cronistas aseguran lo siguiente: “probamos
algunos Vieilles Fines Champagne (1) de
un valor inestimable y una rareza cada día más notoria (2), distinguiéndose entre ellos un VSO (…)” Luego
se dirigen hacia el sector de vinos, lugar en el que tienen la oportunidad de
probar un Chateau Margaux 1899 (embotellado,
en este caso) que les causa “una
impresión de olfato y paladar inolvidable”. Concluyen su visita conociendo
el sótano “destinado a todos los vinos en
bordalesas y embotellados, comprendiendo los más selectos de Burdeos, Borgoña,
Rhin y Mosela, seguidos por los de Oporto, Jerez y Marsala”. Con todo, lo más interesante e ilustrativo es
la foto que vemos a continuación, en la que se puede apreciar una serie de
hileras de toneles junto con otras estibas paralelas de barricas pequeñas (a la
derecha) y damajuanas (a la izquierda). Tres operarios se encuentran ocupados
en labores de llenados y descubes.
¿Qué nos dice esta imagen? Precisamente la clave, el meollo de la cuestión que nos propusimos
analizar a lo largo de cuatro entradas. El fraccionamiento, despacho, transporte, importación o estiba de vinos y bebidas en recipientes de roble,
tan frecuente en aquel tiempo, permitía realizar todas las maniobras imaginables de cortes y ensambles. Los empresarios más honestos y prestigiosos
(como en este caso), se limitaban a cortar vinos con vinos y alcoholes con
alcoholes, en un juego de importados y nacionales o de mayor y menor calidad.
Los menos escrupulosos, como ya hemos visto antes, lo hacían con agua, alcohol
común o vinagre. Sólo los productos embotellados en origen, que por la época
constituían una minoría leve entre los importados y abrumadora entre los
nacionales, llegaban al consumidor sin alteraciones.
Bien o mal, con sus grandezas y sus miserias, el lucrativo
negocio de fabricar bebidas siguió su curso. En la década de 1930 se inició un
lento pero sostenido proceso de intervención estatal mediante la creación de organismos de control y se promulgaron
leyes para mejorar la genuinidad de vinos y bebidas. El fraccionamiento en
barril desapareció a comienzos de la década de 1960, pero los tiempos de oro de
barricas y toneles ya habían pasado un par de décadas antes.
Notas:
(1) La denominación Fine
Champagne no tiene relación alguna con el célebre vino espumante. Se trata
de una jerarquía de naturaleza
geográfica otorgada a los cognacs elaborados a partir de vinos
provenientes de las zonas llamadas Grande
Champagne y Petite Champagne. Estas
dos comarcas, junto con otras cuatro, componen el grupo llamado Crus de Cognac.
(2) Esa frase es muy significativa. A mi entender, se
refiere a que cada día resultaba menos sencillo probar buenos cognacs puros,
porque casi todos salían a la venta “cortados” con otros alcoholes de menor
valía.
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