El estereotipo del antiguo gaucho argentino que vivía
comiendo asado vacuno se encuentra ampliamente extendido en el imaginario
colectivo. Pero se trata de una visión un poco “romántica”, idealizada, que no
se condice con la realidad histórica. De hecho, todos los registros obtenidos
por los investigadores del pasado local (historiadores, arqueólogos, antropólogos) ofrecen una visión bastante diferente, en la que los bovinos
ocupan un lugar menos destacado del que
muchos suelen creer. Los orígenes de esa mirada distorsionada parecen
ubicarse en las crónicas de los viajeros extranjeros que visitaron el país
durante el siglo XIX, a quienes les llamaba poderosamente la atención la vistosa ceremonia del asado
vacuno hecho al asador, desconocido en Europa. Por ese motivo se empeñaron en registrar esa costumbre gastronómica como si fuera la única y omitieron muchas
otras que tenían la misma importancia. Veremos en esta entrada que, tanto en el campo como en las ciudades, los hábitos alimenticios de la época eran sumamente
heterogéneos en cuanto a sus componentes, desde gran variedad de otros
mamíferos hasta numerosas aves, pescados, verduras y hortalizas. Y también, que
hervir la carne era mucho más frecuente que asarla, incluso entre el gauchaje
criollo de mayor estirpe.
En su obra Historias
del comer y del beber en Buenos Aires (1), el arquitecto Daniel Schávelzon
expone con detalle la mayor parte de las diferencias entre lo que normalmente se
cree que fue y lo que debe haber sido
en realidad, empezando por la diversidad de la dieta promedio de nuestros antepasados compatriotas. Basándose en los
testimonios documentados y en los hallazgos arqueológicos de las últimas
décadas (2), hoy podemos saber que en las mesas del país (diferencias sociales
mediante) había no solamente carne de vaca, sino también de cordero, chivo,
cerdo, potro, yegua, avestruz, lagarto, liebre, conejo, gato y mulita, entre
otras, así como pollos, gallinas, patos, loros, lechuzas, palomas y casi
cualquier cosa que volara, excepto insectos y murciélagos. El pescado también
constituía un elemento de lo más corriente (3) junto con otras preparaciones típicas
de la cocina post colonial que iban mucho más allá del asado o el bife: zapallitos rellenos, niños envueltos, pasteles (de carne, papa, maíz o
pichones), empanadas, guisos, estofados, arroces y también fideos, conocidos y consumidos
desde mucho antes que arribara la gran inmigración italiana. Las verduras
cocidas, las ensaladas verdes y las frutas completaban el cuadro. Además, la
carne vacuna presentaba un inconveniente poco conocido: hasta mediados del
siglo XIX, la pieza más pequeña que se conseguía en los mercados era el cuarto de res, equivalente a un mínimo
de 80 a 100 kilos de carne, cantidad imposible de conservar en los hogares sin
métodos de refrigeración a largo plazo.
Sin embargo, el detalle más inesperado es la forma de
cocción de la carne vacuna en los medios rurales. Contrariamente a lo que
sostiene habitualmente, el gaucho no acostumbraba cocinar su carne asándola a las brasas sino hirviéndola, sola (pero condimentada), en “olla podrida” (todo
lo que se tiene a mano incluyendo carnes, legumbres y verduras) o en algún puchero rudimentario. El hervor
previo era practicado incluso cuando se decidía a preparar un asado de verdad, costumbre que aún se conserva en ciertas regiones del interior donde la rusticidad del ganado produce carnes muy
duras. En las ciudades actuales, ese proceso (que se conoce como tiernizado) perdura para cortes como el
matambre, pero ciento cincuenta años atrás era imperiosamente necesario para
casi todas las partes de la vaca. La confirmación de este dato está dada por la
superabundancia de ollas en antiguos inventarios de pulperías. Las del tipo más
común eran de fundición, pequeñas, de tres patas, irremplazables para los
viejos gauchos, que siempre las llevaban en su apero.
Aunque no tienen que ver con la carne, muchas otras usanzas
de aquellos tiempos hoy nos resultan
insólitas, desde ciertos modos de tomar el té o el café con leche (del plato y
no de la taza, o en lata y con bombilla) hasta la práctica de servir el vino o
el agua en un único vaso, que pasaba de
boca en boca entre todos los comensales. Y podemos continuar, por caso,
enterándonos de que presentar los platos
en secuencia de uno en uno sólo se hizo frecuente a partir de 1850. Antes de
eso, lo normal era poner sobre la mesa todo lo que se tenía para que cada uno
se sirviera a gusto, incluyendo platos fríos y calientes. Ya lo dijimos: eso es
lo lindo de la historia, que nunca deja de sorprendernos.
Notas:
(1) Editorial Aguilar, 2000.
(2) Anteriormente hemos señalado la importancia de la zooarqueología, disciplina que se ocupa de clasificar, datar y analizar los restos óseos animales hallados en las
excavaciones. La condición de residuos alimenticios (diferentes a los que
podrían ser, por ejemplo, restos de una mascota doméstica) se detecta por la
presencia en los huesos de cortes de cuchillos y serruchos, o vestigios de exposición a las llamas.
(3) En la entrada del 14/5/2013, “Pescadores artesanales y
falsificadores de frescura en el antiguo Río de La Plata” conocimos algo sobre
la abundancia y variedad ictícola de entonces.
William Hudson en sus memorias y libros comenta que hacia 1850, casi no se comían verduras en la pampa y si carne hervida o asada , en una misma comida ya que los cultivos practicamente habian sido abandonados. Roberto Payro, en "Por las tierras de Inti" comentaba que en el noroeste de la argentina, la alimentación popular estaba basicamente basada en grasa y harina de trigo
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