La década de 1860 representa un ciclo sumamente interesante
en el pasado patrio. A partir del hito cronológico de la batalla de Pavón (17 de septiembre de 1861), comienza una
nueva etapa para nuestro país con el lento pero seguro afianzamiento de la
unidad nacional. Además de ello se destacan ciertos aspectos que mucho tienen
que ver con el devenir de los decenios siguientes, como la incorporación del estado bonaerense a la
Confederación, el paulatino desarrollo de los intercambios comerciales, el
perfeccionamiento gradual de las actividades agropecuarias y la consolidación
del Puerto de Buenos Aires como eje central del comercio exterior. No obstante, se trata de la época con mayor predominio del modelo económico que tanto gustan
divulgar ciertos historiadores: una Argentina que exportaba solamente productos primarios de la ganadería e importaba casi todo lo demás. Esto es bien cierto
durante el tiempo que nos ocupa, aunque iría cambiando en los años posteriores.
El antiguo volumen que presentaremos en una serie de tres
entradas que comienza hoy, permite verificar lo dicho anteriormente con
absoluta claridad. Se trata de la “Estadística
de la Aduana de Buenos Aires”, que abarca el período 1861-1865 y ofrece una completísima información sobre las diferentes mercaderías comercializadas a
través de los puertos de la república (1). En la lectura del extenso informe
(755 páginas) queda clara la naturaleza reiterativa de los artículos exportados por el país a sus entonces escasos mercados compradores, reducidos básicamente
a carne salada, cueros (de vaca, potro, cabra y nutria), lanas, grasa, huesos,
cebo, plumas de avestruz, garras, astas y demás efectos del mismo tipo. Como
contrapartida se importaba la mayor parte de los productos manufacturados de
todas las ramas de la industria, pero nos enfocaremos exclusivamente en
aquellos relacionados con alimentos, bebidas y tabacos. Algunas materias primas esenciales, por ejemplo, no contaban todavía con una producción local suficiente
para abastecer las demandas de la población. Tal es el caso del azúcar y el
arroz, que ingresaban en enormes cantidades, y de determinadas elaboraciones licoristas básicas provenientes
de los más diversos orígenes - tanto europeos como americanos- , apuntadas de
modo recurrente bajo la nomenclatura de “aguardiente” y “caña” (2). Hoy se
hablaría de ellas como commodities,
pero en aquellos días eran simplemente mercaderías de importación arribadas al
país por cuenta y orden de las otrora llamadas “casas introductoras”.
Luego de esta primera nota a modo de preámbulo, vamos a
dividir la reseña en dos próximas partes según los distintos estados que tenían
relación comercial con nuestro país. En la primera estarán las importaciones
destacadas de los países europeos (Alemania, Bélgica, España, Francia, Inglaterra,
Italia, Holanda y Portugal) y en la segunda las de América (Brasil, Cuba,
Estados Unidos, Paraguay y Uruguay), así como las de la India, única excepción a
la naturaleza bicontinental de nuestro comercio exterior, y que suponemos era una simple extensión de Inglaterra en su carácter colonial relacionado a ese
imperio. Aunque el repertorio incluye cinco años completos, nos vamos a centrar
en 1861 por su coincidencia cronológica con el inicio del proceso de
unificación mencionado al principio, haciendo las debidas observaciones complementarias
cuando alguna referencia de otro año lo
amerite.
Lo bueno de repasar el documento de marras estriba no sólo en conocer cantidades, variedades y procedencias de las importaciones argentinas
(datos valiosos de por sí), sino también muchos detalles que nos hablan sobre usos y costumbres vigentes en esos tiempos lejanos. Los apelativos de ciertos
productos, las modalidades de fraccionamiento, los envases más comunes y las
unidades de medida serán algunos de los datos a través de los cuales podemos
efectuar uno de los viajes en el
tiempo que tanto nos gustan en este
blog. Veremos cosas como el vermouth en cascos de roble, la ginebra en frascos, la caña en pipas o el aceite de oliva en botijuelas;
repasaremos envíos a granel medidos en libras,
galones, arrobas, quintales y fanegas;
conoceremos algunos artículos actualmente olvidados como la fariña, la pasta para sopa, la yerba paranaguá
y el tabaco de mascar. Lograremos así, desde una óptica poco frecuente, saber
algo más sobre qué comían, bebían y fumaban los habitantes del país en los
inicios de la argentinidad como
concepto de sentimiento nacional unificado.
CONTINUARÁ…
Notas:
(1) Por entonces, la sede administrativa del comercio
exterior porteño era el edificio conocido como “Aduana de Taylor”, sito sobre
la costa de río en el actual Parque Colón y cuyo extremo exterior todavía está
definido en esa gran curva que deben realizar los automovilistas cuando
circulan por detrás de la Casa Rosada. La magnífica construcción, obra del
arquitecto inglés Eduardo Taylor, fue inaugurada en 1855 y demolida en 1886
para dar lugar al emplazamiento del Puerto Madero. Sus niveles inferiores, no
obstante, fueron rellenados con tierra sin ser destruidos, lo que posibilitó su recuperación museológica y puesta en valor durante las últimas décadas del siglo XX. La portada
del libro que nos ocupa (en realidad, cinco volúmenes anuales unidos en un solo
compendio) lleva como ilustración el famoso inmueble aduanero.
(2) De hecho, nos preguntamos si varias de esas antiguas
manufacturas alcoholeras no serán las mismas que años más tarde se hicieron
famosas con un nombre definido y asociado a su lugar de origen, pero asentadas
bajo designaciones rudimentarias propias de la época. Por ejemplo, es probable
que los “aguardientes” y las “cañas” importados hacia 1860 no sean otra cosa
que grappa, en el caso de Italia, ron, en el caso de Cuba y cachaça, en el de Brasil, por citar tres ejemplos
notorios. En las próximas entradas volveremos sobre ese punto.
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