Mi madre me contó cierta vez que una tía suya se había
dedicado a “engordar” chicas
adolescentes. Mi sorpresa ante tamaña actividad fue tan grande como la que
deben sentir los lectores al escuchar semejante cosa. Sin embargo, la cuestión
era real. En aquellos días (calculo que por el decenio de 1940), la extrema
delgadez se consideraba un mal síntoma, especialmente en el caso de las
mujeres, quienes debían verse “rozagantes” -como se decía entonces- para ser
valoradas como personas normales y
saludables. Esta cualidad equivalía a ostentar un peso que hoy se considera
excesivo a todas luces. Pero nada impedía, en aquellos años, que algunas de las
mejores familias de Buenos Sires enviaran a sus jóvenes hijas a pasar varias
semanas en la localidad bonaerense de Mercedes con el propósito de ser
literalmente cebadas por la tía en cuestión, mediante una dieta rica en
elementos nutritivos, o al menos lo que entonces se consideraba como tales.
Esta anécdota marca muy bien el abismo cultural que nos
separa del pasado (del que hemos hablado en alguna ocasión), poniéndonos frente
a una costumbre insólita para nuestro parámetros actuales de comportamiento, ya
que el simple hecho de engordar es visto hoy exactamente al revés que hace
cincuenta o cien años. Por esa misma razón vamos a poner bajo la lupa un
curioso artículo aparecido en la legendaria Caras y Caretas el 1° de Julio de 1905 bajo el título Lo que alimenta la comida y la bajada Comestibles en vez de medicinas: lo que se debe comer y lo que se debe
beber. La nota expone una especie de valoración nutricional según los
productos de consumo masivo más comunes de aquel entonces, comenzando con la
frase “el secreto de la salud está en la
comida”. Luego sigue: “esta es la
afirmación que están dispuestos a sostener en nuestros días los médicos más
eminentes del mundo entero”. Básicamente, el escrito acompaña las figuras
expuestas en el centro de la página, en las cuales la porción oscura indica el
“poder nutritivo” de cada alimento o bebida analizado.
Respecto de las carnes, la reseña apunta que “son muchas las personas que consideran la
carne de vaca la más alimenticia; los datos suministrados por la ciencia
demuestran que lo es más la de cordero”. Más adelante postula lo siguiente:
“entre ésta y el cerdo, en cambio, la
diferencia es insignificante, siempre que lo que se tome del cerdo no sea el
jamón, pues éste es más nutritivo que el cordero, y todavía lo es más el
tocino, en el que la sustancia nutritiva llega al 81,5 por 100”. Luego
siguen las aves y pescados, sobre los que
se indica, respectivamente: “de
las aves, el ganso es la más alimenticia, y después el pavo. Entre los
pescados, el bacalao no tiene mucho de nutritivo; la anguila, en cambio, lo es
en alto grado” (1). A continuación viene una especie de “elogio del azúcar”
bajo la consigna “la ciencia reconoce hoy
en el azúcar la más nutritiva de todas las sustancias alimenticias”. Así lo
confirma su espacio en el gráfico, ya que la parte oscura ocupa
prácticamente todo el cubículo.
Al momento de las bebidas, el examen periodístico afirma que
la leche es la más nutritiva entre las que no contienen alcohol (del agua ni se
habla), mientras que en las alcohólicas no importa su valor nutritivo, sino la
proporción espirituosa que contienen. Por supuesto, con ese razonamiento, el
ron lleva la delantera respecto de los vinos y las cervezas. El detalle de los
cuadritos nos indica las siguientes valoraciones en cada grupo, de mayor a
menor:
Pescados y frutos de
mar: anguila, arenque, langosta, trucha, bacalao (2)
Vegetales varios: cebolla,
coles, zanahorias, coliflor, lechuga, espárragos.
Harinas, legumbres y
derivados: harina, macarrones, tapioca, arroz, pan, guisantes.
Frutas frescas y secas:
castañas, bananas, uvas, manzanas, tomate, melón.
Lácteos, huevos y
azúcar: azúcar, manteca fresca, manteca salada, queso gruyere, queso de
chester, leche condensada, huevos.
Infusiones y leche: leche
fresca, chocolate, té con leche y azúcar, té, café.
Vinos: oporto,
jerez, Borgoña, Rioja clarete, Champagne.
Otras bebidas: ron,
coñac, ginebra, cerveza blanca, cerveza negra, sidra, cerveza “corriente”.
Una verdadera curiosidad, ¿no es cierto? ¿Qué opinarían hoy
los nutricionistas sobre estos postulados? Pero claro, no debemos olvidar lo
dicho al principio: cien años es un océano de tiempo capaz de modificar las
costumbres, los lugares y las personas en forma contundente. Tanto como para
que la manera de alimentarse allá por 1905 nos parezca, en nuestros días,
bastante insólita.
Notas:
(1) Huelga decir que todo el estudio en cuestión se basa en los limitados conocimientos de la época. Al parecer, el concepto de “nutritivo” estaba relacionado casi
proporcionalmente con el poder calórico y la materia grasa contenida en los
distintos comestibles. En el caso de las bebidas no lo dice directamente, pero
la inferencia lógica que se obtiene de los gráficos correspondientes indica que
su valor nutricional se establecía en relación con el contenido alcohólico: a mayor
graduación, mayor nutrición.
(2) En este punto resulta sospechosa la ausencia total de
los ejemplares ictícolas más frecuentados por los argentinos de ese entonces en
Buenos Aires y el Litoral: pejerreyes, dorados, pacúes, palometas y un largo
etcétera. No quiero ensuciar la memoria de personas fallecidas hace muchas
décadas, pero es probable que el artículo de marras no sea otra cosa que una
copia casi fiel de algún escrito similar publicado en medios gráficos de
Europa. Desde luego que no tengo esa certeza, pero la mención sistemática de alimentos que no eran ni son
frecuentes en nuestro país (la col, por ejemplo), así como la ausencia de otros
que sí lo eran, levanta un cierto manto de suspicacia al respecto.
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