En una de las entradas fundacionales de este blog, hace casi
un año, nos referimos a Roberto Payró y su libro La Australia Argentina. En aquella oportunidad aprovechamos la
excusa literaria para analizar el consumo de un misterioso vino de la época, el
Panquehua o Panquehue, aparentemente muy popular en ese rincón meridional de
América durante los últimos años del siglo XIX. Pero no profundizamos demasiado
en el resto de la obra, que constituye un invalorable testimonio de la vida en
los rincones extremos de la república y de los sacrificios que imponía la supervivencia cotidiana a sus
habitantes, al igual que a todos los viajeros que hasta allí se arrimaban. Con
un estilo directo y descriptivo, este gran escritor argentino logra atrapar la
atención a través de las peripecias sufridas
por él mismo desde su salida de Buenos Aires en el vapor Villarino hasta la llegada al extremo sur del continente, pasando
por varias escalas.
Es que así era Punta Arenas hacia finales del XIX, bastante
alegre y bulliciosa, tal cual lo relata el mismo Payró: “abundaban los restaurantes, los despachos de bebidas y los billares;
no encontré una sola librería, ya que no merece el nombre de tal una taberna
donde se vende papel y algún libro escolar” (4). Curiosa descripción de un
poblado que “no es ni tiene por qué ser
muy lector”. Bien al contrario, los cafés atraían a la vecindad para pasar el tiempo, hablar de negocios y
hacer vida social. ¿Quedará actualmente algún refugio gastronómico semejante,
otrora tan común en los puertos de todo el mundo? No lo sabemos, pero podemos
afirmar sin atisbo de duda que en El
Diluvio, alguna vez, se entremezclaron el humo de las pipas, el sonido de
las copas y los acordes de un viejo
piano.
Notas:
(1) El autor ofrece ejemplos concretos de líneas que tenían
escala en Punta Arenas pero no tocaban ninguno de los puertos argentinos,
condenados a esperar el paso del maltrecho transporte Villarino cada dos meses.
Menciona a tal efecto las empresas PSNC (Pacific Steam Navigation Company),
Lloyd Norte Alemán y Kosmos, entre otras, que ofrecían servicios quincenales y
hasta semanales.
(2) Para el que suscribe resultó toda una sorpresa saber que
ya en 1898 existían las sopas instantáneas, cuyo origen no dudamos en señalar
como importado.(3) Para esa época, mientras los hospedajes escaseaban terriblemente en el lado argentino, la hotelería florecía en el sector chileno. Propongo a los interesados en el tema leer el siguiente artículo sobre la oferta hotelera en la región desde 1870 hasta 1952: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-22442005000100001&script=sci_arttext
(4) Como curiosidad de la época, en 1896 se instaló en esa localidad la más antigua de las fábricas chilenas de cerveza, de nombre Austral, propiedad del alemán Juan Fischer.
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