Una definición
bastante acertada de la palabra
confitería es la del lugar en el que se
elaboran confituras, pasteles y diferentes productos de la repostería. Los
diccionarios de la lengua castellana añaden que según cierto americanismo -muy
extendido-
el vocablo se utiliza como
sinónimo del bar, el café o el despacho de bebidas. Por supuesto, los idiomas
no siempre son capaces de recrear el sentido que adquieren algunos términos en
lugares específicos y épocas determinadas. Por eso, le dedicaremos esta entrada
a la evocación de las “confiterías” argentinas de los siglos XIX y XX,
especialmente a las de la Ciudad de Buenos Aires. Los historiadores urbanos
Enrique Mayochi y Jorge Busse proponen una excelente explicación de la
diferencia entre la confitería de antaño y el resto de los locales
gastronómicos, al decir que “confiterías las hubo desde siempre y siempre
fueron más que cafés, porque eran presentadas, más que un lugar para solitarios
y jugadores de dados, como un ámbito para familias, parejas de novios y
señoras”. Y agregan: “el diccionario las define como establecimientos en los
que los confiteros hacen y venden dulces, a lo que se agrega que en algunas
zonas son también salones de té, cafeterías y bares. En nuestro caso, el de las
ciudades y pueblos de la Argentina, una confitería fue a la vez lo uno y
también lo otro”.
En esta tesis tan concisa como efectiva se dejan entrever
algunos rasgos de identidad que poseían
los locales que nos ocupan: la presencia asidua del género femenino
(rara vez visible en los sórdidos bolichones y fondines pretéritos), la
elaboración propia de algunas
delicatesen
(dulces y saladas) y un ambiente general de categoría y distinción. Desde
ya que no todas las que se denominaron de esa manera estuvieron siempre a la
altura de las circunstancias, pero trataremos de recordar un puñado de aquellas
que lograron inmortalizarse como reductos aptos para reuniones, tertulias y
encuentros entre los habitantes porteños a lo largo de muchas décadas. Así, en
un somero repaso por los barrios, podríamos señalar no pocos ejemplos ubicados
en Belgrano, como la
Confitería Belgrano
que ya existía en 1876 junto a la estación homónima
(Mendoza y Arriberños), o la
Confitería Bassi, de gran importancia
social y política en su época. No menos trascendente fue la
Confitería de las Barrancas de Belgrano,
fundada en 1915 y cuyo local (11 de Septiembre y La Pampa) es ocupado hoy por
una oficina de la Dirección de Espacios Verdes de la ciudad.
Pero, lógicamente, las más célebres en la memoria colectiva
son aquellas situadas dentro de la zona céntrica y sus alrededores, con alguna
digna excepción. Elegimos tres para el recuerdo, que son ni más ni menos que
las confiterías
Del Molino, Ideal y
Las Violetas. Cualquier porteño
medianamente conocedor de su ciudad sabe muy bien los motivos de esa elección,
tratándose de comercios legendarios con una
enorme carga histórica y cultural, aunque con muy diferente suerte según cada
caso. Si hablamos de la primera, su inauguración se remonta al año 1917 en la
tradicional esquina de Callao y Rivadavia, que fuera adquirida por el pastelero
iltaliano Cayetano Brenna algunos años antes. El comerciante peninsular ya era
conocido desde el siglo XIX por ofrecer sus especialidades (merengue, marrón
glacé,
panettone de castañas,
imperial ruso) en un local cercano de la calle Rodríguez Peña. La construcción
del edificio contó con materiales traídos directamente de Europa en la línea de
los lujosos mármoles y
vitraux tan
requeridos entonces. Durante decenios, la Confitería del Molino fue un lugar de
reunión por excelencia para la burguesía y buena parte del ambiente artístico y
político, al punto de que la mayoría de los legisladores del vecino Congreso
tenía abierta allí su cuenta corriente. A Brenna le siguieron las
administraciones de Renato Varesse (1938 a 1950), Antonio Armentano (1950 a
1978) y los propios nietos del fundador, quienes no pudieron sostener el
veterano emprendimiento con la consecuente baja de cortinas el 23 de febrero de
1997. Hoy, el edificio duerme un largo sueño, a pesar de haber sido declarado
lugar histórico nacional y patrimonio cultural de la UNESCO.
La
Confitería Ideal nació
en 1912 como “salón de té”. En sus buenos años llegó a contar con una auténtica
orquesta de señoritas y se erigía
como el lugar elegido por las muchachas oficinistas que trabajaban cerca para
reunirse en animadas veladas. Independientemente de su estampa física, el sitio
contaba con
toda la oferta característica
de los comercios de su categoría: confites, productos de pastelería,
panificación fina, servicio de lunch y las mejores alternativas en artículos de
licorería y cafetería. Luego de varios años signada por una vida agónica, su
declaración de patrimonio histórico y
bar
notable (1) la convirtió en
un
centro de interés
para el turismo
extranjero. Actualmente se realizan allí cursos de tango y otros eventos de
carácter cultural.
Dejamos para el remate a la confitería que mejor representa
un caso de “final feliz”. Se trata de Las
Violetas, inaugurada en 1884 y remodelada en la década de 1920 con la
incorporación de materiales similares a los de sus congéneres, de acuerdo con
el gusto por el lujo arquitectónico típico de su tiempo: vidrios curvos,
vitrales y mármoles importados. Luego de una vida intensa y exitosa cayó en el
penoso olvido que la hizo cerrar a principios de la década de 1990. En 2001
pasó a formar parte de la lista de bares notables porteños y fue restaurada en
todo su esplendor, comenzando así una etapa en la que parece tener el mismo
suceso que en sus mejores épocas. Las Violetas cuenta con el servicio
gastronómico más completo de su tipo, que incluye no solamente las consabidas preparaciones
reposteras y pasteleras, sino también un variado menú para almuerzos y cenas.
Quizás por ello, o por su belleza
visual, o simplemente por su ángel, es
tan frecuentada por la vecindad ciudadana
en esa esquina noreste de Medrano y Rivadavia.
Notas:
(1) Los
bares notables son 73 establecimientos gastronómicos
seleccionados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en base a su riqueza
histórica, cultural y arquitectónica. Además de las mencionadas confiterías y a
modo de ejemplo, otros integrantes de la lista son
La Biela, el
Tortoni, Los 36
Billares, el
Bar Británico, La
Giralda y
El Federal. No
obstante
la propaganda que implica pertenecer
a tan prestigiosa nómina, ha habido casos recientes de cierres definitivos en
establecimientos notables, como el
Café
Argos de Chacarita y la
Confitería
Richmond de la calle Florida. El compendio completo de establecimientos
incluidos se puede consultar en Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Bares_notables_de_Buenos_Aires
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