En la primera entrada de esta serie, subida hace ya varios
meses (24 de febrero, para ser exactos), adelantamos la intención de realizar
un enfoque somero sobre alimentos y bebestibles importados por nuestro país en
la primera mitad del decenio de 1860, y todo gracias a cierto compendio
documental denominado Estadística de la
Aduana de Buenos Aires que abarca el período 1861-1866. Cumplimos ahora en
continuar aquel anticipo, comenzando por los productos que arribaban desde
Europa. Vale aclarar nuevamente que, en esos tiempos, la manufactura de
industria nacional se reducía a un escaso volumen de vinos, aguardientes,
cerveza, alimentos en fresco, panificados, lácteos, cigarros y materias primas
del mismo tipo, casi siempre sin envasar y en presentaciones a granel. No había
aun un verdadero desarrollo productivo, ni para el mercado interno ni mucho
menos para la exportación. De hecho, como también señalamos, las ventas al
exterior estaban casi exclusivamente formadas por artículos pecuarios sin
ningún valor agregado: carne, cueros, cebo, astas y demás componentes de
ejemplares vacunos, equinos y ovinos
propios de la ganadería extensiva. Nada sorprendente, si tenemos en
cuenta que recién entonces comenzaba a formarse la Argentina tal como la
conocemos hoy, con la posibilidad de establecer políticas a largo plazo.
Así, la mayoría de las compras del comercio exterior nos
llegaban desde el Viejo Mundo. Nuestra relación mercantil con el bloque
continental en cuestión era constante y tenía como protagonistas a España,
Italia, Francia, Alemania, Bélgica, Holanda y Portugal. Ajustándonos a las
cifras específicas de 1861, España era un prolífico proveedor de aceite de
oliva presentado en botellas, latas y botijuelas
(1). El vino tinto era recibido en cascos (15.506 unidades en ese período
anual, lo que daría unos aproximados 3.800.000 litros) y cajones de doce
botellas, asentados como docenas, en
cantidad de 546. Llama la atención el rubro de los anizados (sic), compuesto por licores o aguardientes con sabor a
anís muy apreciados en la época, que se importaban en damajuanas. Hacia el
final del compendio los ítems se vuelven más concretos, lo que nos permite
saber, por ejemplo, que en 1865 recibimos de allí 5.748 cascos de Jerez. Otras
mercaderías destacadas de origen español eran el azafrán, el chocolate, la pasta de sopa y las aceitunas (en barriles), por mencionar
sólo un puñado. El aceite de oliva también era un componente relevante en nuestras importaciones desde Italia, pero su
mayor volumen está mensurado con otra vieja unidad de medida, dado que se
declaran 19.861 arrobas (equivalentes
a unos 12 kilos cada una) y 4.381 botijuelas. Vemos también vermouth, caña (2),
licores (2.960 docenas), queso (3.464 libras) y vino tinto (1.368 cascos y
3.757 docenas). Los renglones itálicos de comestibles
en general y conservas en general son
muy relevantes, pero acusan sólo el importe y no sus pesos o medidas (3).
Alemania nos remitía vino (cascos y botellas), cerveza,
“coñac” (obviamente un émulo germano, lo que era habitual en muchas otras
partes del mundo y más tarde en la propia Argentina), licores dulces, bastante
ginebra, té perla (4) y vinagre. De Bélgica anclaban en nuestros muelles buques
con con coñac, ginebra, cerveza, licores, vino del Rhin y manteca, entre otros. Inglaterra acusaba envíos
similares, pero su especialidad era el té, que por 1861 llegó a la aduana
porteña en cantidad de 1.484 libras (5). Poco hay para decir de Portugal en ese
mismo año, pero ya en 1862 se hace significativo el renglón específico del vino
Oporto, en cascos y botellas. Holanda es otro de los orígenes que exhibe un
gran volumen con cierta singularidad productiva: la ginebra, fraccionada en
cascos, damajuanas y frasqueras, es decir, cajas de madera
que incluían 12 o 24 botellas, casi siempre de gres. Queda claro que no
incorporamos en estas descripciones a los hoy llamados commodities, que a mediados del siglo XIX eran principalmente
azúcar (blanca o terciada), sal, arroz y café, aunque tal vez sí los señalemos
cuando nos toque examinar las importaciones de procedencia americana.
Dejamos para el final a Francia por ser el origen mejor
registrado en su diversidad de bebidas, que parecen tener un prestigio bien
ganado y un consumo muy sólido hacia 1861. Además del queso (29.041 libras) y
sardinas (36.852 cajas), remarcamos lo que sigue, con varios volúmenes galoneados, como se decía entonces: vino
tinto (7.479 pipas y 13.780 docenas), vermouth (11.652 galones), cognac (36.299 galones), ajenjo (13.056 galones), cerveza (1.378 docenas), curaçao (66 docenas), kirsch (1.295 docenas),
marrasquino (44 docenas) y licores dulces (5.775 docenas). Años más tarde
aumenta todavía más la variedad de brebajes galos mediante la incorporación a
los asientos de champagne, vino de
Burdeos y otras especificidades geográficas
tan renombradas en nuestros días.
La estadística
incluye mucha data técnica de navegación que no es de mayor interés para este
blog, si bien resulta didáctico saber que los principales puertos europeos de
despacho eran entonces Liverpool, Londres, Barcelona, Cádiz, Génova, Burdeos,
Havre, Marsella, Amberes y Hamburgo. En la próxima y última entrega de esta
serie vamos a indagar los suministros que viajaban hacia estas tierras desde la misma América:
Estados Unidos, Brasil, Cuba, Uruguay y Paraguay, a los que sumaremos el país
más alejado de todos: la India.
CONTINUARÁ...
Notas:
(1) Las “botijuelas” eran recipientes de barro cocido que
contenían desde 2 hasta 5 litros, en promedio. Estaban emparentadas con las
grandes tinajas y presentaban diversos modelos, de los cuales el tipo óvalo
alargado con manija era el más común.
(2) Ya habíamos dicho algo acerca de los “aguardientes” y
las “cañas” de todas partes del mundo, y de la posibilidad de que ellas fueran
denominaciones primitivas para
producciones actualmente famosas como bebidas de identidad bien
concreta. Casi con seguridad, buena parte de los alcoholes italianos declarados
de ese modo no eran otra cosa que grappa,
al igual cachaça en el caso de
Brasil y ron en el caso de Cuba.
Salta a la vista que muchas bebidas formaban parte de grupos altamente
genéricos y demasiado abarcativos, pero ello resulta muy razonable en una época
en que sólo se reconocían nombres más
definidos para el cognac, la ginebra y otros pocos licores, sobre todo si
provenían de Francia.
(3) Esta familia era
abundante y correspondía a productos alimenticios sólidos o líquidos envasados
en latas, paquetes y otras presentaciones múltiples, difíciles de medir por su
peso total. En diarios de la época solía ser frecuente publicar la llegada y
puesta en venta de tales embarques a las distintas colectividades, férreas
consumidoras de los productos típicos de sus naciones respectivas. Como
ejemplo, el siguiente es un anuncio aparecido en el diario El Nacional en noviembre de1866 bajo el título “Milán en Buenos
Aires”.
(4) El té perla es también llamado té de jazmín. Se elabora mediante un
proceso de contacto prolongado entre las hebras de uno y las flores del otro.
(5) No obstante, el
grueso del té llegaba directamente de India, la mayor colonia británica por
esos tiempos, como analizaremos en la próxima entrada de este mismo tema.
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